domingo, 26 de marzo de 2017

Luz


Nelson Guerra




LUZ

En la última clase de química, aquel profesor, con toda la pobreza chorreando angustias desde sus anteojos, quemó para nosotros
¡un diamante!
¿ven? ¡ no es más que carbono!
El oxígeno (que es azul en grandes cantidades y desmesurado para Isabel que sufre de asma) lo consume.
Ya perdió el mundo su diamante.
¿Quién me importuna ahora pidiendo el nombre del minero?
Fue una gloria de luz.
Un baile para nuestras sombras (las de entonces).
Una fantasmagoría de rostros espolvoreados por los rayos de la alquimia.
Como una guiñada del creador
o el nacimiento de una estrella
o el reventón de una arteria en el cerebro.

No habrá memoria del diamante.
Sí de la luz.
Yo la llevaba al salir, para enfrentar el azote de la llovizna.
Tal vez la llevaba también Isabel, que nunca se animó a bailar conmigo.
Su boca entreabierta se esforzaba debajo de la bufanda a cuadros.
Yo que quería tomar su mano
y tampoco.
El profesor se apresuró a chapotear todos los charcos para treparse al ómnibus.

Y yo nunca tuve un diamante propio
si lo tuviera
lo quemaría ante mis hijas,
para verlas conmovidas, pequeñitas, humedecidas de luz universal
y les diría:
Hubo una vez un cataclismo que produjo una geológica gloria diminuta.
La rescató un minero rodeado de poderosas tinieblas.
Esa noche su familia cenó.
De ahí viene la luz.


DESPLIEGUE ABREVIADO DEL CONTENIDO DE UN DEDAL


El dedal de plata, huérfano de mi abuela, se quedó para siempre en el cajón de la Singer a pedal.
Sueña con una congregación de agujas obedientes en procesión hacia un calvario de medias rotas, sembrado de huesos de desteñidas sedalinas, y donde el alfiletero sigue empollando al renuente huevo de madera.
Y allí está también la foto del carné del Sindicato Médico, tomada en los tiempos en que aún sabía yo ser rubio y simpático para todo el mundo.
Sé que si meto mi dedo en el dedal, el amor me hará sangrar.
Me tomará irremisiblemente de la sufrida, autoritaria, acusadora, atrevida falangeta del índice y me sacará por la ventana hacia el jardín de las vírgenes llorosas, atravesando fardos de almanaques de la “Contribución al Culto”.
Un efluvio de colonia Atkinson anuncia al abuelo. Es su hora de sacar crucigramas de jubilado con plazas prohibidas por el doctor.
Afuera ruge, hierve espumas el mar del invierno.
Adentro la sonrisa en la lata del té Mazawatte  y Gardel cantando su Cuesta Abajo.


MEGA SHOPPING


Me fui a buscar soles al Mega Shopping
Pero me detuve y me perdí en el stand de los abrazos
Conseguí uno precioso, todo azul y de peluche
Hasta dice palabras tiernipuercas si le pellizcas la pancita
Ahora te tengo atrapada en tanto terciopelo que paso el día buscándote como un astrónomo a su cometa innombrado.
El abrazo tiene tus ojos de fruta y de verano
Y también tu boca de ternura milenaria y de celoso me la esconde.
Me tiene distraído el abrazo y no hago nada
Yo soy omiso a la seriedad del mundo y a sus obligaciones perentorias.
Solo tengo prisa cuando me ataca ese enjambre de besos nupciales que te nombra


QUE LLUEVA


La lluvia soltó su enjambre y atrapó cuanta liviana cosa volaba con el viento heraldo del chaparrón. Abrió charquitos temblorosos para guardar su cosecha y la niña en la ventana teme por los pájaros. Se estremece pensando en las bocas famélicas, desdentadas y negras de las alcantarillas.
La reprende un rayo que cae sobre un campanario.
El trueno le cierra los ojos.
A la tormenta de hinchado vientre gris, no le gusta que la vean mientras se alimenta.
Se sienta frente al fuego, de espaldas a la ventana , y un nuevo trueno la sobresalta.
Algún otro niño, en quién sabe qué ventana de las casitas del barrio que se encorvan bajo el aguacero, debe haber cometido la misma falta.
El cucú del reloj aparece y anuncia las cinco de la tarde, pero no por sus habituales razones de puntual informante, sino para tranquilizarla cuando se retira a su casita de madera tirolesa y cierra la puertecita verde.
De la cocina llega el perfume del café, y sin volverse sabe que los cristales de la ventana se han empañado, y que la bruja está en la cueva.


EL VIUDO

En la neblinosa, carmesí , bellísima aurora misionera, cantaba un ave jamás vista ni escuchada. Un silbido largo que terminaba en un gorjeo tierno, como la carcajada de un bebé. Aquel canto tuvo la virtud de despertar a Pedro Ñaguajú  en el fondo  del pozo. Le habían dicho que no iba a poder.  Que la gravilla, a cuatro metros, se desmoronaba por nada. Que agua, no.  Pero el agua estaba, y con su fluir el pozo comenzó a derrumbarse. En instantes sus pies quedaron encadenados al barro rojo, pesado. Luego un bloque de piedra le cayó en la nuca y todo perdió importancia.
El canto resonaba dentro del tubo de tierra que seguía desmoronándose, y de pronto se convirtió en voz familiar, que le dijo: -Bueno, mi viejo terco. Dame la mano. - Él se dejó llevar,  asido a la mano pequeña y conocida. Las dos siluetas se fundieron en la neblina  y en  el naciente sol.
La excavación desapareció. Hoy sólo queda  una pequeña depresión  pelada que toda  bestia de la selva esquiva.


LAS  HADAS

Una tallerista me manda un poema. Me pide que investigue por qué no tiene el sonido que ella desearía, el ritmo, la marcha unánime y melodiosa hasta el desenlace rotundo.
Descubro, en mi recorrida verso a verso, algunas palabras enfurruñadas que miran para otro lado, y que, al principio, ni siquiera me atienden. Finalmente me presentan sus quejas.
Una, por ejemplo, no quiere estar en un verso donde se amontonan penas, cruces y cementerios, porque ella se siente fuera de lugar, es una palabra que siempre anda entre soles y mariposas, además tiene un problemita de talla, y allí se ve gorda. Se quiere ir, y no la dejan. Entonces se revuelve tratando de hacerse espacio, y empuja al acento, que responde pellizcándole el culito para que desocupe su lugar.
La pobre palabrita se siente vejada, y le da la pataleta, se revuelca por el piso y se ensucia todas las letras. Después llora y se tira de los significados hasta arrancarlos.
Le grita a la autora que afuera hay una cantidad de palabras que quieren estar en su lugar, le ruega que la deje ir. Pero la autora no la escucha. Insiste en amarrarla al sitio que le dio, porque al fin y al cabo- “¿Quién manda acá?”- argumenta.
Y la triste palabrita no tiene más remedio que quedarse, porque ya está impresa, y la tinta la encadenó al papel para siempre. Entonces se venga sonando a lata.
Le digo a la autora que hacer un poema requiere de contrato entre las partes. Ella decide cual será su poema, y las palabras decidirán en qué verso desean, o no, presentarse.
Cualquier incumplimiento de parte, acarrea la ruina de la obra.
Es que las palabras son muy tercas, y detestan que las mandoneen.  Ellas tienen sus afinidades, y hay que respetarlas, y dejarlas que se reúnan a jugar, con sus hermanitas, sus primas y sus vecinas amigas.
Es imprescindible quererlas primero, hablar con ellas, conocerlas a fondo, así en peculiaridades como en sicología. Respetar tanto su polisemia como su aspecto y tamaño. Y luego seducirlas.
También hay que conocer sus propensiones. Por ejemplo, a las palabras graves les encanta rimar, y cuando se les permite hacerlo, cantan en coro de manera estupenda. No obstante, no se deprimen en los versos blancos, ni en los libres. Por el contrario, lucen una elegantísima austeridad. A las agudas les viene bien ser las últimas para cerrar canciones. (Qué sería del tango sin ellas) Las esdrújulas son divertidas, y eligen el centro de los versos para aportar el ritmo de sus delicadas y sorpresivas síncopas. A los monosílabos les viene bien la tarea de porteros, y también se comportan de maravilla como carteros, enlazando epistolarmente a las palabras.  También les gusta a los vocablos  agruparse en claustros sonoros de aliteraciones, ostentando rítmicamente sus unánimes fonemas.  (¡Qué felices se sienten las palabras en un verso de Rubén Darío! “Está mudo el teclado de su clave sonoro”, “con el ala aleve del leve abanico”)
Por eso, hace falta amar a las palabras, paso imprescindible para seducir a estas haditas llenas de sentimiento y de inteligencia.
Si se logra enamorarlas, la cosa viene de maravillas. Ellas, hasta son capaces de montar desfiles de modelitos para ganar nuestra elección.
El poeta debe ser siempre un seductor.


CUENTITO DE HADAS EN EL PARQUE RODÓ

-Cuando sea grande me voy a casar contigo- le prometí.
-No pretendo tanto, mi Rey - me respondió- con que no me olvides es suficiente.
Era Carnaval, habían organizado un desfile de disfraces para niños en el Castillo del Lago.
Llegué de la mano de mi abuela y participé de la pavadita aquella.
Como era el año 3 AC (tres años antes de la llegada de la Cocacola) premiaron mi disfraz de príncipe azul con un pororó del Zu-Zu y una naranjita La Salteña. Después me llevaron a que diera una vueltita en pony.
Me sacaron la foto.
Y ahí se terminaba la fiesta. Pero yo me encabrité y me puse terco.
-Si no me llevan a ver a la "Mujer Araña" no vuelvo a casa. Me quedo acá. Nunca quieren llevarme porque dicen que no es un espectáculo para niños. Pero ya crecí y ahora quiero entrar a verla.
Y entramos a ver "el espectáculo más grande y terrorífico del mundo".
Un veterano de acento extranjero nos contó la historia del encantamiento, de la maldición que había condenado a una bella mujer a tener un cuerpo velludo de enorme tarántula. Hecha la presentación, se descorrieron los cortinados, y ante el "OH" de la concurrencia apareció ella.
Yo quedé pasmado, pero totalmente despojado de terrores. El cuerpo velludo, repugnante, que se balanceaba pesadamente sobre su telaraña, no me provocaba nada, pero el rostro si.
Era hermosa. Muy hermosa. De brillante y negrísima melena. Con unos ojos oscuros y enormes y un rictus de amargura en su boca carnosa y perfecta.
La cosa seguía por la explicación del presentador, que mostraba los detalles del fenómeno, pero retirando la mano a cada vez, porque el "monstruo" le tiraba mordizcones a cada aproximación.
-Es lamentable-decía-pero los médicos no han encontrado ni explicación, ni cura para esta tamaña desgracia. 
-¿Y si yo le doy un beso? - grité levantando mi cetro de príncipe azul.
Los magníficos ojos oscuros se clavaron en los míos y chisporrotearon alegremente.
La concurrencia reía y vitoreaba.
-Si! Que la bese! Que la bese!
Mi abuela escondió la cara en el hombro de mi tía.
-No!- Tronó el presentador - Eso es muy peligroso. No puedes acercarte a ella. Es una fiera. Te arrancaría la cabeza de un solo mordizco.
- No te creo! - respondí desafiante.
Entonces intervino ella, con voz suave y seductora:
-Él tiene razón, príncipe. No podés acercarte. Pero tirame tu besito mágico. ¿Quién te dice...?
Y yo tiré mi beso con alitas de ilusión dorada.
Al salir hacia la avenida para tomar el ómnibus, antes de doblar la esquina, nos detuvo ella.
¡Estaba tan linda!
-Ahora si, mi amor! Dame un beso.

JARDINERÍAS


Siguiendo los consejos de mi abuelo, en verano salíamos a regar a plena noche.
A la luz de la luna el jardín mostraba su verdadero rostro y naturaleza: romántico y tenuemente macabro.
Por ejemplo, cuando dirigíamos el chorro de la manguera hacia las calaveritas sonrientes del jazmín de país, se elevaba un perfume que contenía una nota de viudez irreparable.
La luz de la luna adornaba  el chorro de perlas con un arcoiris doble, tenue, como de ectoplasma irisado.  Las luciérnagas huían en un espiralado chisperío azul.
Derrochábamos el agua con la inconciencia de mendigos inesperadamente enriquecidos.
Todo rebosaba frangacia entonces. La sombra y la luz eran nítidas, como cortadas a navaja.
Mis hermanas, las mellizas, solamente se diferenciaban por el color de sus regaderitas de lata, amarilla para una y roja para la otra. Como eran pequeñas, regaban amorosamente  las nomeolvides y las portulacas, y dejaban a mi cargo las tomateras y el maizal de la pequeña huerta de papá. Yo aprovechaba para hacer algo prohibido: comerme los pétalos blancos,  dulcísimos, de la flor del guayabo.
¿Alguna vez regaron tomateras por la noche?
Devuelven el favor del agua con un efluvio sabroso, verdeoscuro, potente.
El maizal es más parco, pero igual, si se presta atención, se percibirá su tenue perfume como de cofre de madera amarga y antigua.
Algo inquieto y oscuro giró en forma amenazante junto a mis ojos, obligándome a cerrarlos. Cuando los abrí una mariposa enorme y negra, de reluciente cabeza roja y larguísimas antenas estaba posada en mi mano, la que sostenía la manguera.
Tendría sed. Porque hundía su trompa  elástica, a breves intervalos, en las gotas de agua que me habían salpicado.
Finalmente levantó su cabecita y me miró.
Con un escalofrío que me corrió por la espalda, presentí que me iba a hablar.
Pero en eso llegó mi hermana, la de la regadera roja, que bien podía ser María Inés, o María Concepción, y la mariposa levantó vuelo.
-¿Qué hiciste?- le reproché- la asustaste.
-No la asusté nada. Se fue porque te hablaba y vos no le respondías.
-¿Me hablaba la mariposa?
-El hada! No era una mariposa.
-¿Ah, si? ¡Un hada! ¿Y que me decía? Yo no oí una palabra.
-Te dijo: ¿Viste qué luna más hermosa? Volaré hasta allá.
Miré hacia la luna enorme y deslumbrante, y efectivamente, hacia ella volaba el hada, en alegres zig-zags, cada vez más alto, cada vez más diminuta, hasta que se fundió con la luz.



GUAROJ DEL POETA EN EL PARAÍSO

Sucede que en el cielo yo me colé de intruso
y que mi indumentaria no guarda la etiqueta
No tengo pasaporte ni visa ante San Pedro
No encuentro quien me acoja, no hay cónsules poetas
Que todos los guardianes de San Miguel arcángel
entre ellos se interrogan, vigilan y sospechan
¿Quién es el “justo” raro que empuña unas maracas
que viste jean, ojotas, y oculta una botella?
Sucede que en el cielo yo me colé de intruso
No encuentro quien me acoja, no hay cónsules poetas.

Sucede que yo altero los coros de las vírgenes
las pobres al mirarme se callan, se consternan
Que cruzan sobre el vientre las sacrosantas manos
Reducen los escotes, vigilan sus polleras
Y que en las guarderías de tiernos querubines
levanto plumeríos y risas inexpertas
en un escandaloso fervor de gallinero
que advierte la presencia de alguna comadreja.
Sucede que yo altero los coros de las vírgenes.
(Reducen los escotes, vigilan sus polleras)

Recorro tanto mármol, me aburren tantas liras.
No sé encontrar refugio, ni procurarme cena.
Y aquí no hay noche nunca, la luz me tiene expuesto
Me siento perseguido por la Bondad eterna
No soy de aquí, no hay caso. No encuentro conocidos
ni taxis, ni estaciones, ni trenes que regresan
Y voy sabiendo ahora que necesito ciclos
Carnal alternativa! Que quiero aquellas penas.
Recorro tanto mármol, me aburren tantas liras
Me siento perseguido por la Bondad eterna.


GUAROJ ELEGÍACO PARA  ÁNGEL,
UN GUITARRERO

Angel-milonga de alas de madera,
de bordoneante abeja de vidalas,
por la indecisa luz de los boliches
Doctor en noches fuiste Honoris Causa.
Lloraba en tangos tu pobreza limpia
o en un cuplé de murga y retirada
y en tu gorra de vasco las monedas
eran simples aplausos y eran lágrimas.
Angel-milonga de alas de madera:
Doctor en noches fuiste Honoris Causa.

Por adoquines, remontando agosto,
(criminales agostos, los del Plata)
buscando el tono de cerrar la vida
te nos fuiste abrazado a tu guitarra.
Nuestra luz de boliche está ojerosa.
Hay gusto a barro ahora en cada grappa.
A flor de cementerio sabe el vino.
Sonido a cripta tienen las barajas.
Por adoquines, remontando agosto
te nos fuiste abrazado a tu guitarra.



GUAROJ DE LA NOCHE EN LOS OJOS

Estaba el aire azul y el cielo en calma
con lilas, amarillos y con rojos
teñía el horizonte los veleros.
La noche despertándose en sus ojos
vertía un vino dulce de jazmines
en su cuenco de manos en reposo.
Sentada en su sillón me sonreía.
con el último amor que ardió en su rostro.
Estaba el aire azul y el cielo en calma.
La noche despertándose en su ojos.


Me volví a ver feliz en su regazo
en otro ocaso igual de esplendoroso
cuando empecé a nombrarla y a nombrarme
aprendiendo en su voz a decir todo.
Me sentí, de su mano en salvaguarda,
dando el paso primero y después otro.
Y recuerdo el perfume en su pañuelo
queme enjugó una lágrima que añoro.
Me volví a ver feliz en su regazo,
aprendiendo en su voz a decir todo.


No entendí su sonrisa de esa tarde.
ni su amor dolorido y melancólico
ni su mano de pan para mi mano
ni la noche cayéndole en los ojos.
Y en la noche se fue hacia la elegía.
No sabía que el todo era tan poco.
Pocas letras un nombre y una vida.
Epitafio mezquino  que deploro:
No entendí su sonrisa de esa tarde.
ni la noche cayéndole en los ojos.


GUAROJ DEL VIDRIO EMPAÑADO

Qué escribía esa muchacha?
Afuera llovía marzo.
Qué nostalgia humedecida
en un gris vidrio empañado?
Su dedo lento lloraba
goterones cabizbajos.
Trazaría corazones
desgajados del verano?
Qué escribía esa muchacha
en un gris vidrio empañado?

En cada gota, invertido,
el  jardín iba mirando.
Algo aleteaba en su dedo,
algo pasaba volando.
Tristeza de mariposa
de un paisaje esmerilado,
absorta en su quieta pena
solo vivía su mano.
En cada gota, invertido,
algo pasaba volando.

TOMEMOS UN CAFÉ  

La tarde está de otoño, tal vez llueva.
Tomemos un café, querida mía.
La calle está empapada de jamases
y el aire escribe adioses con neblina
Me cuesta conversar. Esta torpeza
me ataca cuando estás definitiva.
El cigarro que enciendo es una excusa.
una máscara ahumada que suspira.
La tarde está de otoño, tal vez llueva
y el aire escribe adioses con neblina
 
También llueve en el fondo de tus ojos
y pienso que tu boca es un enigma
Alguien va a decir algo? Nos callamos.
El café está tan solo, que se enfría.
Dónde? Dónde poner la mano absurda?
Tu sonrisa es más pena que sonrisa
y acá estamos buscando qué palabras
Qué decir: “bueno”, “en fin”, “así es la vida”.
También llueve en el fondo de tus ojos.
El café está tan solo que se enfría.



LIBERTAD Y MASSINI


Le pedí:
dejame fotografiar tus ojos.
Yo nunca he tenido joyas propias.
Sólo he sabido comprar libros
Usurpar esquinas.
Huir de los ladrones y de los gerentes .
(Los demás siempre me alcanzaban.)
Y era pobre como las albahacas
que apenas quieren lluvia.
Ella esquivó el lente
de la vieja Kodak soñadora.
Hubo una llamarada
de faldas blancas
asaltando un zaguán,
dando un portazo.
Quedé solo en la foto,
la luna le hizo un tondo
como para la sala de la bisabuela.
Los caireles le dieron sus tembleques arcoiris.
Caruso lloró al suicidarse en la victrola.
Se le quemó la bombilla
a la lámpara art nouveau.
El terciopelo mostró el hueco
donde nadie iba a sentarse
y las copas presidiarias
del bargueño de roble
se llenaron de niebla
y se durmieron pálidas.


Eso fue por los tiempos
de Satchmo y de Elvis Presley.
Yo deseaba un jean negro.
Un Ronson de plata
Un Jack Daniel´s sin hielo
y un Chevrolet Impala.


Después Pocitos se hizo un lifting.
Demasiado musgo en los muros
con violetas en las rajaduras.
Demasiadas celosías
y jardines con glicinas.
Y las puertas enormes
con sus bronces y sus grietas.


Derribaron la casa.
Y también otras muchas.
Por la calle hacia el río
se fueron a los tumbos
los globos de las fiestas.
Por las alcantarillas, fotos
de quinceañeras azules.


Ya no sabría llegar
a Libertad y Massini.
Ella era tan rubia y sus ojos tan de esmeraldas!
Y era tan del mañana!
Y era tan, tan pequeña!


POEMA IRRESPIRABLE


Entras por los intersticios,
por los resonantes huecos
de la cenas solitarias
por la luz espesa y amarilla
de la mesa sin manteles y el plato desportillado
Y el pan se esponja de hastío
Y la cuchara de herrumbre
Y la sopa es un océano de primavera naufragada
Llegas en un viento de lobos
a los postigones
desencuadrados
de las cejas
Enfrías el vino que se ha quedado sin música
Tú,
Silencio,
macabro
trinas como un pájaro negro
como huecas burbujas de un pantano con niebla
Caen, granizan relojes
Faroles indecisos
Trenes mudos, lejanos
Minuteros de punta,


El que está sin palabras
Abandona la cena.


Todo el patio es de luna
Los tembleques fantasmones
de la ropa tendida
brillan azules de escarcha
Brotan fosforescencias entre las baldosas.
Hay un portentoso caudal de tinieblas
presto a derrumbarse
del caos de nubes
de aquel campanario de palomas dormidas
del gato en las chapas
que hasta ayer cantaba su obscena plegaria
Los lirios destruyen su ingente belleza
con un gesto horrible
como luz de lápida.
Las rosas del cerco esconden colmillos
de espuma impotente
Corolas muy rojas
vestidas de fiesta
de soirée de barro
para festivales del caníbal turbio
turbio y primigenio
rojos nosferatus de las misas negras
negras, del silencio


El que está sin aliento
bebe un trago de niebla


Más allá del portón
del quejido herrumbroso
brillan los adoquines cuando el faro los mira
y un agua negra de ratas
corre
contra los cordones
El farol perfuma la calle
con aliento espeso de tormenta
Y de pronto
como por un rayo
éste
que camina
se agita atacado por enjambres sucios
de agudas nostalgias
Sacude las manos
Y el alma  sacude
(Porque ha cerrado los ojos
las palmas se le mojan)
Los pies se le derriten
y se hunde, se hunde en un grito vacío
y se deja rodar hacia el mar de allá abajo
sacudiendo recuerdos
culebreantes alimañas
que se pierden al punto
en las grietas de sombras,


El que está sin recuerdos
abandona la acera


Junto al mar sosegado
Junto al mar
a la espuma
que teje jeroglíficos o puntillas de monjas
con su ademán románico
de catedral en ruinas
el silencio ha olvidado una osamenta
donde la gran noctiluca de la luna
quiere cantar
amada por el viento
y hacer el romance clásico
del Adonis bucanero
de una pasión indígena
de un misterio enamorado
Pero no tiene boca
y el aire
ha congelado al viento azul sin olas
junto a la roca negra
y al canto rodado
de ojos quietos


El que quedó sin canto
abandona la arena


Va nadando otra calle
Como pesan las calles
la llovizna y los focos!
Como duele ese viento
Y las luces
malsanas
sin una mariposa
El neón en rojo
La muchacha absurda
El gusto del rouge
en la copa turbia
Los quince minutos de sexo-taxímetro
El semen resignado
del condón fluorescente
anudado en la letrina
desandando el agua
Aquel catecismo
y el recontrapecado
triste como un trapo
de asqueados lavatorios
o como la hostia
de un credo en obleas.


El que está vaciado
abandona puertas


Volver
es un pacto
y un tango murciélago
para amaneceres de insoportables luces
La almohada es un puerto
siempre, o casi siempre
libre
y siempre
libre de pensares
Un desierto en blanco-blanco
Blanco de hospitales
Blanco de los interminables
y muy blancos
laberínticos pasillos de la muerte
Del algodón compasivo
Del hielo quemante de los metales
De la eternidad del formol
Del estólido
más que inoportuno
brillo de los frascos
y las hipodérmicas.
De los dientes rabiosos del dolor final


El que se desvive
Se abraza a la almohada


Se abraza a la almohada
Se duerme
Y no sueña
Se duerme
Y aún calla.


Calla
       Calla
               Calla


GUAROJ  PARA  PINTAR  CON  CRAYOLAS


Paralelo al mar y al cielo
una bandada de patos
y en medio de una esmeralda
un barquito blanco blanco.
Para cantar en los juncos
el viento modera el paso
y un sol gordito y muy rubio
las nubes trepa gateando.
Paralelo al mar y al cielo
un barquito blanco blanco.


Los patos son negros negros,
y el sol, bebito dorado,
el mar entre azul y verde,
y el barquito blanco blanco.
Tan blanco que hasta encandila
más que este cielo, con patos
que pasan en línea recta
aleteando hacia el verano.
Los patos son negros negros
y el barquito blanco blanco.


Cuatro barcas pescadoras
en la orilla se han sentado,
mirando pasar las nubes
y un barquito blanco blanco.
Quién sabe qué están diciendo?
Quién sabe qué están contando
viendo crecer la mañana,
viendo perderse los patos?
Cuatro barcas pescadoras
y un barquito blanco blanco.

LA VECINA CENTENARIA


Peregrina del fondo, si no llueve,
olisquea  las rosas del vecino
o silbando a un zorzal le pide un trino
o la asusta una sombra que se mueve.


Es tan frágil, que es nada de tan leve.
Siente frío en la sombra de los pinos
y le escalda el amor la flor del lino,
y parece esperar que el sol la lleve.


Cuando el viento se ocupa de su pelo
y la tarde le inunda la mirada
la reviste un temblor de mariposa


Pobrecita – me dicen – ya no es nada.
Y ella sigue bebiendo todo el cielo,
conociendo  la luz de  cada cosa.


GUAROJ PARA HACER UNA MESA DE MADERA


Estas mesas, amigos, no se compran.
Se conciben, se educan, se las cría,
y ellas crecen a impulsos de años nuevos.
Lo primero es formar una familia.
Hijos, nietos y amigos dan su talla,
las engendra la luz de una cocina.
Su vestuario es de madres y de abuelas
y una mancha de vino las bautiza.
Estas mesas, amigos, no se compran.
Lo primero es formar una familia.


Su madera es un bosque de entrecasa
que se extiende en las flores sucesivas
de otros  platos, más vasos, y el contento
que celebra el arribo de otra silla
o se angustia en los huecos que de pronto
les desangran ausencias imprevistas.
Estas mesas, por cierto no se compran.
Están hechas a besos, tienen vida,
su madera es un bosque de entrecasa
que celebra el arribo de otra silla.


Tienen luz familiar y se parecen
a nosotros, nos hablan y nos miran
como aquellos lejanos, pero iguales
a la abuela, a la madre y a las tías,
y al bebé que ha nacido en otro mundo
y que tiene sonrisas parecidas
a las vetas de sol de nuestra mesa
y nos habla de tú en fotografías.
Tienen luz familiar y se parecen
a la abuela, a la madre y a las tías.

INÉDITOS:


HÚMEDO


Esta lluvia feroz borró los cerros.
Un estoico caballo cabizbajo
sigue uncido a su carro y su trabajo.
Ovillados tiritan cuatro perros.
Hay un canto oxidado de cencerros.
Humaredas pesadas. Calle abajo
el desborde del río, y el andrajo
de una pila de latas y de fierros.
Pasa un tufo de grasa requemada.
La humedad le da peso a los olores,
y convierte en fangal la tierra arada
Una flor que se ha abierto equivocada
da un bostezo de tímidos colores
y se cierra a dormir, desalentada.


EL SONETO HERRUMBRADO


Encontré un alma fuera de servicio.
La calle y los sarcófagos viandantes.
Unos perros de alambre, mendicantes,
y un vagar sin por qué ni beneficio.


Un lomo de ciudad para el silicio
de la noche inminente y delirante.
Una iglesia ceñuda y vigilante,
y un hedor de agua sucia y desperdicio.


Aquel bar, el café, tu mano helada.
Tu saludo enemigo de costumbre.
Mi cansancio sin luz, mi tango triste.


Casi nada dijimos, casi nada.
El saludo final, lleno de herrumbre.
Me sentí casi bien, cuando te fuiste.



TURBIO  PRESAGIO DEL FRÍO  (soneto espejo)


Esta pena del aire no es el viento,
ni es el gris del ocaso tormentoso,
ni  es la verja y su gozne quejumbroso,
ni es el álamo turbio y macilento


No es el “ángelus” ,no, del campanario,
ni el silencio del mar que apenas mece
una triste espumita que parece
carcomida puntilla de anticuario.


Es el cuerno de caza de la helada
Es la flauta de Pan, en retirada.
Es la ausencia ganándose los nidos.


Es la nube y sus  gestos compungidos
en el pobre entrecejo de este cielo
que oscurece de pena y desconsuelo.


Un azul de Cezanne se adhiere al suelo
y germina en agujas de flagelo
para  el paso gastado y aterido


Una oblea de sol se ha detenido
y su limpia limosna alimonada
es un último cobre, casi nada.


No habrá amor en la noche y mientras crece
una luna y su gato solitario
de azotea desierta  y de calvario,
una estrella de miel se desvanece.


Con temblor de palomo macilento
alguien busca un licor  que de reposo
alguien fuma  un recuerdo, silencioso,
alguien cuelga un teléfono violento.


CADENA PERPETUA


El desengaño no mata,
es solo el grillo y la celda
sin patíbulos ni llaves
porque es cadena perpetua.
El desengaño es un ángel
con duras alas de piedra,
o demonio congelado
en el glaciar de la pena.
El desengaño no mata
porque es cadena perpetua.


El desengaño es constante,
negro oleaje de tristeza.
Hedor de resacas mustias.
Volvedor como marea.
Una isla desolada.
Quemante  montón de arena,
de recuerdos en racimos
que monótonos gotean.
El desengaño es constante,
volvedor como marea.


Danza azul de luces malas,
soplos helados que queman,
que infestan las medianoches
de alimañas hechiceras.
Ronca voz de los fantasmas
que en las sienes te golpean.
El sobresalto que gime,
que no se acalla, ni aquieta,
danza azul de luces malas,
de alimañas hechiceras.


El desengaño es el puño
de la vida muda y ciega.
Es de un féretro la tapa
que sobre nada se cierra.
Es una vela apagada
que con su sombra nos quema.
Es un vórtice en el cielo
que va devorando estrellas.
El desengaño es el puño
que sobre nada se cierra.


El desengaño se inscribe
con su inflexible sentencia.
en el pulso, en la memoria,
en el hueso y en la médula.
Maldice cada palabra.
Deja amargada la lengua.
Hace un nudo en la mirada.
Junta cuervos en las cejas.
El desengaño se inscribe
en el hueso y en la médula.


GUAROJ DE LA NOVIA


A las dos de la mañana
morosamente, sin prisa
rodeada de hijos y nietos
se murió la novia mía
Se fue cerrando retratos
Despetalando, diría
Se le fue bailando el alma
por antiguas melodías.
A las dos de la mañana
se murió la novia mía
Ella enteramente novia
Ella eternamente niña
Y yo abrazado a la almohada
Y yo no estaba en la esquina
Qué pena grande y oscura
como una noche infinita
de luna y ciprés y viento
me envolvió con la noticia
Ella enteramente novia
y yo no estaba en la esquina
No se remediar el daño
de esta culpa remordida
Quedaron sus manos solas
Teníamos una cita
de palomas y de estrellas
en un templo de glicinas
Mariposa alucinada
en el margen de la vida
No sé remediar el daño
Teníamos una cita
junto al mar, cuando la noche
deslunada de perfidias
con manos de pura espuma
pulía estrellitas niñas
salí a buscarla y no estaba
y el farol me maldecía
el buzón cerró la boca
y el silencio era una herida
junto al mar, cuando la noche
pulía estrellitas niñas
Desandando callejones
impregnados por mi vida
quise andar buscando un resto
de lo que fue y no sería
y me atacó una congoja
como de llorar espinas
un caer seco y redondo
con ecos de letanías
desandando callejones
de lo que fue y no sería
Como un álamo en la lluvia
rameando mil negativas
Como un desierto de niebla
con trenes de despedidas
me hundí en el licor amargo
de las copas enemigas
como bebiendo un pantano
en diez tragos de ceniza
Como un álamo en la lluvia
con trenes de despedidas.
II
El zaguán, la cancel, sus ojos hondos
Los sombríos rumores de la calle
y en un rapto de seda y de ternura
el temblor de su boca debutante
En brevísima pausa el infinito
fue del fuego al carbón y hasta al diamante
Y la sangre queriendo echar raíces
Florecer hasta el cielo y entregarse.
El zaguán, la cancel, sus ojos hondos…
El temblor de su boca debutante.
Y después, a dormirme con su nombre
oscilando entre el ángel y el maleante
El poeta naciendo de un prodigio
repetido, dulcísimo, constante
O el insomnio también, las alimañas
furtivas sombras que soplaba el aire
en el latido agudo de la almohada
como una fiebre enorme e incurable.
Y después a dormirme con su nombre
repetido, dulcísimo, constante.
“Somos novios”, me dijo y sonreía
escribiendo dos nombres en el aire
Y elevaba preguntas soñadoras
al zodíaco rojo de la tarde
El azulverdemar era una pista
La ternura era un rito y era un baile
Su perfil despeinado por el viento
permanece en la luz de lo imborrable
“Somos novios”, me dijo y sonreía
al zodíaco rojo de la tarde.
III
A las dos de la mañana
algo en mí que se me iba
debió llegar a advertirme
de aquel incurable día
Solo sé que al despertarme
vi aquella luz de ceniza
Un gusto a sal en la boca
de un mar oscuro venida
A las dos de la mañana
de aquel incurable día
A las dos de la mañana
los guiñapos de la vida
se arrugaban en los ojos
Todo en mí se envejecía
como una canción que acaba
en una lágrima fría
Todo estaba preparado
cuando llegó la noticia
A las dos de la mañana
todo en mí se envejecía
Más lejana que una estrella
me sonó la voz amiga
que me borró de la infancia
Se murió la novia mía
Me sonó como a portazo
a terremoto, a estampida
a balazo traicionero
a ya poquísima vida.
Más lejana que una estrella
se murió la novia mía.




NELSON GUERRA. Montevideo 19 de enero de 1943. Poeta, narrador, conferencista y ensayista.  Editor y asesor literario de la Revista de Arte y Literatura Imágenes. Coordinador de Talleres literarios, (MEC). Ganó varios concursos, premios y distinciones académicas, en su país y en el extranjero.
Ha creado nuevos formalismos poéticos, como el guaroj y la corola, que en la actualidad son cultivados por numerosos poetas de habla castellana, y también portuguesa.
Ha editado varios libros en narrativa y en poesía.

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